La vocación religiosa es un don y una llamada especial de Dios, recibida en fe, y cultivada y discernida en la oración. Este proceso de formación permite a la joven crecer y madurar en su respuesta a la llamada que Dios le hace. Este don especial, Dios lo da a quien quiere, y es Él, quien dispone, mueve y ayuda a los llamados, concediéndoles las gracias y dotes necesarias para abrazar el estado religioso y perseverar en él.
La vocación es una llamada y una gracia está fuera de nuestras posibilidades de inspirarla y hacerla nacer, debido a que es Dios quien toma la iniciativa. Incluso cuando Jesús dice: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido”. Es necesario orar y trabajar, acoger y dar gracias, aún sólo por una vocación, observar y descubrir. No hay que lamentarse. Hay vocaciones que necesitan a personas que les hablen y que les fascine su estilo de vida. La vocación es un camino estrechamente unido a la maduración en la fe, en un dialogo con Dios que dura toda la vida. Cada persona lo experimenta de diferentes maneras, porque Dios tiene un proyecto para cada persona. Es necesario que todos se hagan conscientes de ello.
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