Muchas personas creen que para convertirse sólo deben aceptar a Jesucristo en su corazón, profesar fe en Él con palabras o entregar su corazón al Señor. Pero, no es así, la conversión nace de una experiencia profunda de amor entre Dios y la persona que acepta, a reconsiderar el modo en que está viviendo, a revisar la escala de valores, las motivaciones y el sentido de su vida, desde los valores y propuesta del Evangelio; para luego tomar la decisión de transformar y cambiar todo aquello que impide que se haga realidad, el gran sueño de Dios para cada uno de sus hijos e hijas, una vida plena (Cf. Jn 10,10) e involucrándose en la misión de hacer del mundo, un mundo más humano, donde rija la dignidad humana, la justicia, el amor, la compasión, principalmente por los más pequeños del Evangelio.
Comentarios